50 bollos de pan, una
anécdota familiar
Guarenas, 1925 (posiblemente).
Un pueblo tranquilo, de calles de tierra, de plaza con árboles frente a la iglesia de la Copacabana, patrona de Guarenas. Todo el mundo ha debido conocerse y frecuentar los lugares, personas y eventos importantes: la bodega, la farmacia, el médico, los sembradíos cercanos, la misa de 10, las procesiones. Y todo eso adornado con muchos caballos y burritos amarrados a las puertas de las casas o negocios y despertar de gallos en una neblina refrescante.
Un personaje tenía una relevancia muy seria y no era otro que el encargado de mantener en buen funcionamiento la pequeña planta hidroeléctrica que estaba instalada corriente arriba en el río Curupao y que le daba luz a todo el pueblo y posiblemente a la aledaña Guatire, donde, por cierto, vivía Rómulo Betancourt cuyo padre de origen canario tenía una bodega. Ese señor que cuidaba y era responsable que esa planta iluminara al pueblo era mi abuelo materno, Manuel Blanco.
En ese edén se desarrolló la vida de mi mamá y mis tíos. Un día cualquiera todos se sentaban a la mesa para el almuerzo, por cierto, costumbre que prácticamente ha desaparecido: Miriam, Rafaela, Belén, Pancho (Francisco), Manuel, Nelly y Pepe (José Domingo), todos ellos precedidos en la cabecera por mi abuelo Manuel y a su izquierda mi abuela Cristina.
En ese edén se desarrolló la vida de mi mamá y mis tíos. Un día cualquiera todos se sentaban a la mesa para el almuerzo, por cierto, costumbre que prácticamente ha desaparecido: Miriam, Rafaela, Belén, Pancho (Francisco), Manuel, Nelly y Pepe (José Domingo), todos ellos precedidos en la cabecera por mi abuelo Manuel y a su izquierda mi abuela Cristina.
Y aquí la historia: Mi mamá Belén Margarita nos contaba que un día en este hábito de compartir el almuerzo en familia, mi tío Manuel, a quien aparentemente le gustaba mucho el pan, ante lo sencillo del almuerzo dijo: "Cuando yo sea grande me voy
a comprar 50 bollos de pan para comérmelos".
El silencio fue aplastante y todos dejaron de comer y voltearon a ver a mi abuelo Manuel quien, sin inmutarse, le contestó: "Usted no tiene que ser
grande para comerse 50 bollos de pan". Acto seguido, llamó a la muchacha de servicio y le ordenó: "Fulana vaya a la panadería y me trae 50 bollos de pan". La muchacha peló los ojos y desorbitados preguntó como para estar segura de lo que había oído "¿50 bollos de pan Don Manuel?" "Sí, 50 bollos de pan, vaya y me los trae".
La muchacha salió y en la mesa no volaba ni una mosca.
En unos minutos estaba de vuelta el encargo. Se los fue a entregar a mi abuelo y él dijo "No, póngaselos a Manuel".
Ahora sí el silencio los aplastaba e irremediablemente todas las miradas apuntaban a Manuel que muy sonreído comenzó a comerse sus panes.
Ahora sí el silencio los aplastaba e irremediablemente todas las miradas apuntaban a Manuel que muy sonreído comenzó a comerse sus panes.
Dos, tres, cinco, siete, y ya como por el doce era evidente que esto no iba a ser posible por lo que el resto de los hermanos comenzaron a medio distraer al abuelo. Consiente del juego, el abuelo se hacía el loco por momentos. Los mismos eran aprovechados por mis tíos para quitar uno que otro pan de la bandeja y escondérselo en la ropa.
¿Cuántos se comió realmente y cuántos lograron esconder mis tíos? No se sabe, pero ese día una enorme lección de familia fue aprendida sin gritos, sin violencia, y con una inteligencia psicológica pueblerina extraordinaria. Y claro, en ese edén que era la Guarenas de los años veinte, la noticia corrió por todo el pueblo y quedó en la memoria como el día que Manuel quiso comerse 50 bollos de pan.
Gracias Chile!!!
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