Crédito a su autor.
Hoy, temprano, me puse a recordar mis 6 años. Mi mamá iba despertándonos con su ALZA ARRIBA para que nos vistiéramos, desayunáramos y saliéramos para el colegio.
Ya sentados en el comedorcito o pantry, como le decían, nos servían una taza humeante de café con leche y unos bollos de pan de a locha partidos a la mitad, enmantequillados y doraditos y, junto a todo esto, un delicioso queso blanco rayado.
No siempre eran así los desayunos pues otras veces era avena, un huevo revuelto o tibio al que yo le echaba "pescaditos" de pan y que realmente sabía a gloria.
Pero lo que quiero hacer notar es que tomábamos café todos los días siendo unos niños y nunca sufrimos de nada extraño, de síndrome cafeínico o de hiperquinetismo, por esas dosis diarias de esa extraordinaria bebida.
Actualmente es muy raro que a un niño de 6 años le den café con leche y, por el contrario, le dan bombas de tiempo, como jugo de naranja –natural, por supuesto–, que a esos pobres estómagos recién despertados no les debe caer muy bien.
Así que, con ese recuerdo en mente, me preparé un pocillo de humeante café con leche. A falta del pan de a locha, corté unas rebanadas de pan campesino (50 bolívares) les unté mantequilla Maracay, los llevé al horno y con el viejo rayo hice la magia de transformar queso blanco duro en una nieve ideal para mi pan tostado. !Ah!, creo que para mi no ha habido un desayuno más emotivo y reconfortante, pues me llevó a esos seis años donde todo estaba bien, donde era feliz, donde era inmortal.
Otro día de estos que tenga esa angustia que produce el país, voy a volver en el tiempo pero esta vez con un plato de avena con su ramita de canela o unos huevos tibios con galletitas de soda desmoronadas.
ATT. LA CASA
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