El flux. Chile Veloz

Foto: Crédito a su autor.


Puyao, aguanta callao, volteao.

El hombre no ha variado su vestimenta en mayor cosa durante muchos años. Con esto lo que quiero decir es que el flux ha permanecido como forma formal de vestir sin mayores cambios.

Estos cambios pueden ser: pantalón con ruedo o sin ruedo y con pinzas o sin pinzas. Con solapas o sin solapas. Con dos aberturas atrás, con una abertura atrás ó sin aberturas. Con un botón, dos botones, tres botones o simplemente cruzado. En fin, salvo esos pequeños cambios o alguno más, un flux sigue siendo un flux.

El origen de la palabra flux  y su uso en castellano es un poco oscuro y se acepta que viene del francés flux, flujo, y que en  español aparece desde 1539.

Pero vamos a "puyao", "aguanta callao", "volteao".

En Venezuela parte de finales del siglo IXX y una buena parte del siglo XX, había tiendas de ropa para caballeros que tenían fluxes listos en diferentes tallas y de diferentes colores y telas. Los mismos estaban exhibidos en percheros o colgadores que estaban a cierta altura y usted, al entrar en dicha tienda y ver los fluxes que colgaban, pedía al dependiente: "¡Púyame aquel  marrón!" Y el solícito vendedor tomaba una vara que tenía una punta y al puyar al elegido lo descolgaba y se lo daba a usted para probárselo. Eso significaba que no era un flux hecho a la medida, pero usted salía de la tienda como el feliz poseedor de un "puyao" que, seguramente lo haría la envidia de sus amistades.

Para gente de escasos recursos, un flux era toda una inversión. Su uso era continuo si usted acostumbraba aparecer bien vestido. Entonces ese adorado flux pasaba a ser como un amigo al que usted llamaba cariñosamente "Aguanta Callao", pues con él iba a bautizos, matrimonios, primeras comuniones, velorios, entierros, actos públicos y, claro, a tirar pinta a la plaza a algún sitio de moda.

Pero ese uso constante le iba cobrando la factura y la tela comenzaba a verse gastada, ajada, deslucida y es donde usted tomaba su querido y único flux, iba a una sastrería y le decía al sastre con toda naturalidad: "¡Voltéame este flux!" ¿Y eso qué era? Pues sencillamente, que el sastre desarmaba su adorado "aguanta callao", volteaba la tela, lo volvía a armar y, claro,  quedaba como nuevo, salvo por un pequeño detalle que lo delataba: los botones quedaban del lado contrario. Este detalle solo unos ojos muy expertos lo podían notar, a menos que se tratara de un chismoso, pendiente de quien andaba con un "volteao" para hacer burla o evidenciar su pelazón.

Yo no tuve ningún "puyao", pero sí mi "aguanta callao" y mi "volteao". Qué les puedo decir…

Feliz fin de semana.

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