Kelly M. Grandal un día tu papá me hizo tres clics. Guaritoto González

Foto: Ramón Grandal, Cuba 1988.


Fue en una de esas aventuras laborales a las que nunca me negué y me enseñaron, más o menos, lo que hoy soy. Eran unas fotos para las vallas publicitarias de Ron Santa Teresa. Se necesitaba un fotógrafo documental experto y un “ta’ listo”, léase un productor bárbaro, y esa era la dupla, tú papá y este servidor. Nos conocimos con un guayoyo de por medio y unas empanadas de chorizo en Santa Mónica Bulevar, Caracas. Tu viejo de vaina entraba en mi bólido del 65, un cachetón VW, que piraba bello y levantaba a todas las chicas cuchis y vegetarianas de aquella loca Caracas que viví y añoro. Por eso este cuento, por qué extraño eso, y a esa ciudad que vivi plenamente. “Epa Ramón ven acá” le dijeron en una esquina de Chacao, y el volteó con la cámara lista, y lanzó tres clics. Los escuché uno a uno. Por primera vez escuchaba la obturación de una Leica; es un ruido sinuoso, mágico y único. Luego rió y saludó al conocido. Me vio y dijo “qué chamo, Guaritoto!” Allí vi a un tipo feliz y sin reconcomios, disfrutar de lo sencillo y básico, vacilar, reír, ser, era muy isleño y caribe a la vez. Pasamos cuatro días juntos, nos reímos mucho, aprendí y a él le enseñé mis malas costumbres caraqueñas: Parrillas Don Pepe, El Tropezón, el restaurante italiano de Chacao, el Libanés de Plaza Venezuela, el Naturista y el Carrizo, vainas mías pues. Un día lo llevé al apartamento de El Tirreno y cuando entró se quedó un rato viendo de lado y lado, no sacó su Leica pero disparó: “coño chico esto es de película”. Reí y le dije que sí, que era un “espacio” dedicado a la creación. Otro día, el de los clics, por algún tigre mío, pasamos obligatoriamente por Vale TV, allá arriba en la “Colina”. Mientras intentaba matar al felino en cuestión, lo dejé esperando en el lobby. Las tres locas productoras, bellas y eficientes de la época, me lo tenían alegre y bien atendido, mientras yo me defendía de las locuras de las otras dos histéricas de la gerencia. Regresé a buscarlo. Me vio y comprendió que andaba bastante arrecho por alguna vaina. Me senté a su lado. Estaba en un gran sofá de cuero marrón. La luz entraba frontal y tamizada por el ventanal. Se levantó y me hizo señas de que me quedara quieto, se cuadró, apenas se balanceó de lado y lado, consiguió el ángulo, enfocó y disparó tres veces, tres clics, tres soniditos. No me moví. Apareció su cara plena de felicidad y dijo: “Guaritoto, te haré inmortal”. Se rió, me sacó las carcajadas y nos fuimos a lo nuestro, a trabajar, a vacilar por la ciudad.
Gracias Ramón.

Comentarios