Llévame al juego de pelota. Larissa Hernández

Collage con fotos tomadas de Internet. Crédito a sus autores.


Llévame al juego de pelota. Es el 24 de enero de 1987 y yo voy por primera vez al Estadio Universitario. Es la final y los Leones del Caracas han vencido a los Tiburones de La Guaira en tres juegos. Si el equipo capitalino gana este encuentro reconquista el título después de cuatro temporadas.

Llévame con la multitud. Ha sido un milagro encontrar dos asientos esa misma mañana, pero no tan celestial como para que fuesen en sombra. El sol desde temprano es inclemente pero la emoción lo opaca.

Cómprame cacahuates y Cracker Jack. También un perro con todo. En las gradas del jardín izquierdo se mezclan los fanáticos de los dos equipos. No debe haber mejor lugar para entender el significado de la palabra venezolana chalequeo. Nos emparaman de cerveza y hacemos decenas de olas.

No me importa si no salgo de aquí. Allí está Galarraga en la primera base y Omar Vizquel como campocorto de Los Leones. En el equipo contrario, Oswaldo Guillén cuida el jardín izquierdo. Tres estrellas tan populares como Víctor Cámara, Franklin Virgüez y Tony Rodríguez, protagonistas de las telenovelas del momento.

Déjame apoyar a nuestro equipo. Mi papa es de los Tigres de Aragua. Yo coqueteaba con Magallanes gracias la canción de la Billos Caracas Boys. Pero cuando tras cada impulsada las mujeres se levantan a bailar como garotas en carnaval con la samba de La Guaira, entendí que había nacido escualo y lo sería por siempre.

Si no ganan es una pena. Los fanáticos guaireños son muy animados, pero los caraquistas se dan con furia. Un hincha se pasea un pan con una sardinita dentro. También son cargados en hombros felinos de peluche inmensos, como  en la obra de Javier Téllez.

Porque al primer, segundo, y tercer strike, estás fuera. Urbano Lugo Jr. propina un no hit no run a los Tiburones y le da a los Leones una de las mejores victorias en la historia de la pelota rentada nacional.

En el viejo juego de pelota. Tardamos más de una hora en salir del estadio. Nos empujan, nos apachurran, nos mojan, nos separan. Cuando logramos llegar al estacionamiento, mi papá dice enfático: Nunca más. Yo, en cambio, prometo que regresaré.

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