Tanque. José Miguel López

Foto: Edgardo González,Venebuses.com.


Yo también tuve una banda en 1987. Se llamaba Skabeche y tenía su sede en la parte alta de Los Pomelos. Ensayábamos en un espacio techado, con un bar, una parrillera y una nevera, en el jardín, detrás de la casa del baterista. Allí había todo tipo de matas: ají, tomate, aguacate y mango. Había también un perro, un morrocoy y un loro, el trinomio clásico de la zoología doméstica caraqueña. Al fondo del jardín había una especie de gallinero con un puñado de gallinas, unos conejos gordos y una pareja de faisanes. Desde el techo del gallinero se veía la ladera del Alto Hatillo, el valle profundo de La Guairita y las lomas verdes del Cementerio del Este. Y en el centro del jardín, protegido por cabillas y alambres, había un manzano raquítico con una sola manzana más chiquita que una ciruela de huesito. Sé que suena a escenario alegórico rebuscado, pero así mismo era.

Había, además, en el terreno de al lado, un tanque abandonado. Era alto y podía verse desde la subida de Los Naranjos, encima de una colina a mano izquierda. Las escaleras que llevaban al tanque, adosadas a una de las patas del mismo, pasaban a un metro del muro que rodeaba la terraza del segundo piso de la casa, así que no era raro que después de un ensayo subiéramos al tanque a fumar, hablar paja, tomarnos unas birras y hasta ver una película, porque, además de buena parte del este de la ciudad, desde allí podía verse toda la pantalla del autocine de Los Naranjos.

Una noche nos tocó ver The Running Man —no me acuerdo como diablos se llamaba en español—, con María Conchita Alonso y Arnold Schwarzenegger, una de las miles de películas sobre un futuro distópico que Hollywood produjo en los ochenta. Era mala, pero ni siquiera estaba entre las peores de su género, quizá porque el guión estaba basado en una novela de Richard Bachman, que, según nos cuenta IMDb, no es sino un heterónimo de Stephen King.

Es poco lo que recuerdo de la película: unos collares explosivos en un campo de trabajos forzados, María Conchita haciendo abdominales con una ropita de encaje, Schwarzenegger volviendo mierda a sus rivales en una competencia mortal. Igual casi toda la memoria visual del planeta está ahí en Youtube para el que quiera consultarla. En cambio, sí recuerdo muy bien  el sabor de las birras y del vino Pasita, el fabuloso subidón de nicotina de los primeros Belmont, la ausencia de vértigo y todas aquellas posibilidades que no abarcaba la mirada, ni siquiera desde aquella torre de control. Hoy solo de pensarlo me da frío en las bolas: cinco adolescentes bebiendo en una plataforma herrumbrosa, a muchos metros por encima de una ciudad al borde de un sacudón irreversible; rodriguitos-de-triana oscilando en el palo mayor, compartiendo horizonte con los zamuros, mirando el futuro por una ventanita plateada sin la menor idea de la que se nos venía encima.

Qué poco tiempo nos duró ese paraíso. Un día se cayó la manzanita, muerta de puro trópico. Después pasó todo lo demás. El tanque probablemente siga ahí, disolviéndose lentamente en el aire.

El futuro del que hablaba The Running Man, por cierto, era el año 2017.



Comentarios

  1. Qué bueno está! Gracias. Te dejo un obesquio que te puede ser útil http://ideoarte.org/otros-proyectos/

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