"El Chantilly de Teotiste (Al estilo caraqueño)". Nahir Márquez



En los cumpleaños de mi infancia, las mesas de las casas de niños y adultos estaban siempre engalanadas –aunque por esos tiempos no lo contempláramos en lo más mínimo como opulencia–, con al menos una torta (la favorita del cumpleañero o cumpleañera) un quesillo y una gelatina. Sin embargo, el “personaje” de la gelatina era en ocasiones sustituido por otro postre, uno más delicado, elegante, perfumado y cremoso, inconfundible por su color rosado en degradé, el Chantilly.

Ese color rosa, dividido en transparencias y texturas, me llevaba siempre a otra dimensión. El Chantilly es un ejemplar maestro de esas mezclas alquímicas milagrosas, las que cuando se describen solo en ingredientes, parecieran no tener aroma, u oírse como combinaciones desangeladas. Por lo regular no soñamos mucho al leer cómo huevos, hojas de gelatina, leche y vainilla se unen. Sin embargo,el resultado es de tipo Valhalla; y casi podemos sentir al nórdico dios Odín susurrándonos al oído: “¡Vamos, a por ello, no se te ocurra perderte lo que tienes enfrente!”.

El Chantilly une todos sus ingredientes en el recipiente final sin mayor secreto, pero al desmoldarse, observamos el resultado de esa magia química donde lo que menos importa es cómo sucedió científicamente el milagro. Vemos entonces con asombro, un color rosado separado claramente en dos texturas, tonos muy diferentes unidos por un sabor compartido y diverso a la vez.

La base del postre, de un rosa clarísimo, es una especie de espuma semisólida que se disuelve fácilmente en la boca y la superior es una más gelatinosa, semitransparente y reluciente, de color más rojizo. La mezcla de las dos es la gloria, indescriptible experiencia de la niñez y del “destiempo”, que a veces es el tiempo perfecto.

Conservo una lámpara de Aladino en casa. Lo comprobé el otro día. Solo tocar el molde metálico acanalado donde mi abuela Teotiste hacía el Chantilly, me envuelve en una armadura invisible, en una sonrisa refractaria capaz de capear muchos tipos de invierno.

El Chantilly: ventana hacia el asombro, dulzura en justa medida, magia en dos tonos, recuerdo de manos que unían.

Y como mi abuela compartía todas sus recetas, porque decía que no se llevaría
ningún misterio a la tumba, aquí les dejo la de su Chantilly.

Chantilly Caraqueño

Ingredientes

6 huevos
3 láminas de gelatina roja
3 láminas de gelatina blanca
300 grs. de azúcar
1 litro de leche
1 cucharada de vainilla

Preparación

Calentar la leche con el azúcar y cuando esté bien caliente, sin dejar hervir,  agregar las yemas batidas. Luego, echar las láminas de gelatina cortadas en cuadritos y remover hasta que todo se disuelva. Batir las claras a punto de nieve y agregarlas en forma envolvente a la mezcla anterior (la mezcla nunca debe hervir). Si se desea, se pueden agregar las claras a punto de nieve, luego de bajar la mezcla del fuego. Vaciar la mezcla en un molde previamente untado con clara de huevo y meter a la nevera unas 12 horas.
Desmoldar.

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